¿ES LA CUARTA TRANSFORMACIÓN REALMENTE UNA TRANSFORMACIÓN?

Ahora que se encuentra de moda la expresión  “Cuarta Transformación”, acuñada por la administración encabezada por López Obrador para dar sentido a una serie de acciones, políticas y decisiones (no todas afortunadas, deben reconocer), vale la pena identificar cuales serían, por su impacto social, aquellos otros grandes hitos históricos que le preceden.

En una clasificación personal, alejada de todo  tipo de pretensión y sin ánimo de dictar cátedra como historiador, propondré los movimientos que, a mi juicio, influyeron de manera determinante en la conformación de nuestra patria.

El cigoto, el origen de nuestra composición mestiza, comienza con la mutación sufrida por el majestuoso imperio mexica    a consecuencia de la invasión española, cuyos emisarios despedazaron una muy estructurada sociedad de dos niveles (nobles y plebeyos), imponiendo la obediencia monárquica. Para garantizar éxito en esta empresa, era válido todo. El  nivel de barbarie y desprecio encontraba cobijo y justificación con el aval del representante del dios verdadero en el mundo (el papa), y utilizaron a embate de caballo los fundamentos religiosos, militares y de convivencia que tanto lustre y poder les habían redituado.

Hay que imaginar,  por ejemplo, el traumático golpe moral de la población originaria al constituirse en impávidos testigos de la destrucción de templos, manuscritos y figuras de los otrora poderosos   Quetzalcóatl, Coatlicue, Tezcatlipoca, Huitzilopochtli, Tláloc, entre otros; y, además, por si esto no fuera suficiente humillación, obligarlos a postrarse ante un dios ajeno, obviamente desconocido y alejado de  todo lo que hasta ese momento ellos consideraban válido.

En segundo lugar, las Reformas Borbónicas,  que, al cambiar —o pretender hacerlo— todo el orden social que imperaba en la Nueva España, generaron descontento en un grupo de europeos ya arraigados en el territorio. Erradican en cierto grado el sistema patrimonialista y corrupto que imponía desde contribuciones hasta cargos públicos.  Estas reformas pretendían modernizar España y las colonias americanas asumiendo, mediante la creación de intendencias, la rectoría política, económica y social.

Destacan, dentro del tema financiero, la reorganización de la Real Hacienda, introduciendo el sistema de partida doble para el registro en los libros contables. La  recaudación fue centralizada para evitar contribuciones a particulares, garantizando el ingreso a las arcas del reino.

La tercera transformación es la  radicada en 1810 con el inicio de la gesta independentista, de la cual obviaré mayor comentario, ya que este movimiento  es del dominio y conocimiento de todos.

Una que, de suyo, es la madre del nacimiento del Estado  mexicano moderno, considerada por la mayoría como la gran transformación social, es la Reforma. Nace en el seno de una sociedad en general iletrada  pero salpicada con un núcleo de gentiles (liberales) empapados con las ideas de la Ilustración francesa, entre las que destaca la separación entre la Iglesia y el Estado.   Esto trajo como consecuencia que el propio clero se erigiera como patrocinador del grupo conservador, lo que a la postre generó la fratricida guerra de Reforma.

La quinta transformación fue  el movimiento revolucionario de 1910, que socialmente fue un gran fracaso, ya que no generó el resultado de igualdad y equitativa distribución de la riqueza que le dio origen.

La sexta transformación se presenta en los albores del presente siglo, con la alternancia en la presidencia de la república. Representó el derrocamiento del partido en el poder (o el poder de un partido) mediante una verdadera movilización popular, representada legítima y democráticamente en las urnas, sin campañas negras, sin logística de desprestigio, sin bots que generaran  tendencias, solo con la fuerza del electorado, que erradicó de manera pacífica un régimen caduco, vetusto y obsoleto.

Con estos antecedentes respaldo que la “Cuarta Transformación”   no se asemeja en lo mínimo a algún movimiento social de gran calado. Cierto es que el relevo en el Ejecutivo  fue producto del descontento social generalizado, reflejado en las boletas, y nadie en su sano juicio negará la muy favorable composición en el Congreso  que tiene el ahora partido dominante.

Pero eso no implica, y mucho menos legitima, la polarización del país, la destrucción de instituciones, la negación de logros previos y la adopción de posiciones dictatoriales por estatistas.

Peligroso es mantenerse en campaña detentando el poder;  caer en la tentación de ser vocero de todo y responsable de nada;  justificar la ineptitud de sus colaboradores desviando la atención de problemas torales con argumentos tan indignos  que generan pena ajena.

La supuesta guerra al robo de combustible,  el reconocimiento al dictadorzuelo venezolano Maduro, el desdén a los acuerdos del Grupo de Lima, la inasistencia del presidente al Foro de Davos, la salida de nuestro país de los destinos top ten para la inversión, la indolencia ante las frecuentes agresiones verbales de Trump  no son temas menores. Estamos muy cerca de echar todo lo ganado al precipicio de la ignominia, al pozo de la estupidez.

Si bien el voto mayoritario, sufragio directo, correspondió al partido que encabezaba el actual primer dignatario, no fue menor el número de quienes no lo consideraron la mejor opción. Tampoco  lo fue el nivel de abstención.

¿Entonces por qué  la necedad de nuestro mandatario de  tildar como “conservadores” a quienes no comulgan con sus ideas “liberales”? Es muy clara su intención de dar reversa a todo lo que no huela a él para constituirse, como en sus más febriles sueños, en prócer de la patria y ver inmortalizado su nombre grabado en letras de oro.

De mantener la inercia actual, y en su afán de que la historia lo juzgue y dicte veredicto poniéndolo a la altura de Juárez o Morelos, lastimosamente quedará no en la ignominia, sino como Juan Nepomuceno Almonte, uno de los grandes traidores a la patria.

Share This Post: