El tritón cubano
Frank del Río, el rey de los cruceros, no tenía ni siete años cuando dejó Cuba. Fue al poco de fracasar la invasión estadounidense en bahía de Cochinos, en 1961. Nunca más volvió a visitar la isla por razones políticas. Sus dos hijos y cuatro nietos tampoco la conocen. Aunque asegura que no necesita estar allí para ponerse manos a la obra: tiene muy claro que viajará a su país natal la misma tarde que Estados Unidos levante el embargo. Visitará primero la casa en la que creció de niño y luego se reunirá con los responsables de turismo y puertos.
Del Río es desde final de enero el consejero delegado de la compañía de cruceros Norwegian, cuando se anunció que Kevin Sheehan le cedía el timón del grupo. Es evidente que está a favor de que se levante el bloqueo cuanto antes. De hecho, no le viene nada bueno a la cabeza asociado con la prohibición que impide a las compañías de EE UU hacer negocios en Cuba. En su opinión, llegó el momento oportuno para «hacer algo nuevo».
Recuerda que tuvo una buena infancia en la isla. Su padre trabaja allí para Coca-Cola. Pero su familia estaba contra el régimen de Castro, así que buscaron una vía de escape. Un 22 de agosto de 1961 hicieron las maletas y emigraron hacia EE UU. Al llegar a la frontera, los agentes de inmigración le preguntaron dónde querían ir. «Mi padre sacó un papel y les indicó: aquí». Era la dirección de unos tíos que vivían en New Britain (Connecticut).
Inmigrante
Llevaban solo una maleta cada uno, porque pensaban que el castrismo duraría poco. Durante los primeros dos meses ni siquiera fue al colegio. «Mi escuela estaba en La Habana, como la televisión y la bicicleta». Era una vida que tenía como horizonte el día siguiente, cuenta en una conversación telefónica con EL PAÍS. Esa estancia dura ya más de medio siglo. «A los nueve año acabamos mudándonos a Miami porque mis padres temían que acabara casándome con una polaca, esa localidad está llena de polacos», admite.
Tras estudiar contabilidad en la Universidad de Florida, Del Río empezó a aprender cómo llevar el negocio trabajando para Certified Vacations, hasta que entró en Renaissance Cruises en 1993. Esta quebró tras el bajón en el turismo estadounidense tras los atentados del 11-S, pero allí aprendió que para tener éxito es importante innovar y humanizar la marca.
De los restos de Renaissance, Del Río compró tres barcos para Oceania Cruises, la empresa de la que fue cofundador y donde se le considera creador del llamado upper premium, una categoría situada entre el segmento intermedio del mercado y los cruceros de lujo. Oceania fue el éxito más fulgurante de los últimos 25 años en el sector. La prueba es que vendió la mayoría del capital al fondo de inversión Apollo Management por 850 millones de dólares, frente a los siete millones con los que la había fundado tres años antes.
Cuando Apollo se hizo con Oceania, esta ya se había consolidado junto a otra línea de cruceros, Regent Seven Seas, en Prestige Cruise International, donde Frank del Río era consejero delegado. En solo dos meses, Apollo le puso al frente de Norwegian, fundada en 1966.
Del Río siempre está pensando en ofrecer algo diferente, para la experiencia del crucero no se quede atrapada en los itinerarios. Así, por ejemplo, miró hacia las cocinas para hacer algo distinto e hizo piña con el cocinero Jacques Pépin. Pero como en el aderezo de un buen plato, la innovación debe de ser la justa. También le enseñó ese episodio que no se puede dar la espalda a los agentes de viaje. «Son claves para la salud del negocio, más que nunca», insiste. Recuerda que hace 15 años se pensaba que Internet acabaría reemplazando a todos los intermediarios entre el consumidor y la empresas que ofrece el servicio.
Pero, sobre todo, aprendió que en el mundo de los negocios no hay un sustituto a la honestidad. «La gente puede estar en desacuerdo contigo, pero siempre te respeta». Considera como uno de los aspectos desafortunados del éxito que se asuma que la competencia te puede copiar. «La gente me dice que debería estar orgulloso», señala, «pero esa audacia que tienen algunos para replicar es algo que me ofende enormemente».
450 destinos
Donde hay un océano, ahí hay un barco. Pero los más de 250 cruceros que surcan las aguas de todo el mundo, insiste, son solo un activo. «Si se intenta hacer lo mismo que los demás, fracasas», advierte, «hay que luchar mucho para ser el elegido por el cliente». Norwegian controla aproximadamente el 10% del negocio. Opera en la actualidad 22 barcos, que cubren 430 destinos turísticos. Espera que Cuba esté pronto entre ellos.
El máximo ejecutivo de Norwegian conserva décadas después ese instinto, ingenuidad y resolución que caracteriza a los cubanos. «Recuerdo muchas cosas muy gratas de mi niñez. No tengo tan claro si echo de menos algunas cosas de Cuba. Será muy gratificante volver y verla crecer en las próximas dos décadas si finalmente se levante el embargo». Está convencido de que serán unos grandes competidores en la industria turística.
Frank Del Río tiene todos los números muy estudiados, y no solo porque su plato preferido siga siendo los cubanísimos arroz con frijoles y lechón. Ve una gran oportunidad de negocio por delante. «Cuba fue creada para los cruceros», comenta, «solo necesitamos agua. La infraestructura la llevamos con nosotros». El impacto en la economía de la isla, asegura, será «inmediato». Eso sí, admite que necesita en el terreno una infraestructura de transporte adecuada para llevar a los visitantes «a sus tesoros únicos».
La Habana, dice, podría llegar a estar fácilmente en cinco años entre los 10 mayores puertos de destino junto a Barcelona o Roma si las grandes compañías de cruceros estadounidenses pudieran operar. Por eso ya tiene en la cabeza un borrador con una ruta que podría abrir de inmediato, para 12 días de itinerario. «Seguro que nuestros competidores tienen los suyos», anticipa, mientras recuerda las playas de Varadero que visitó cuando era un niño.
«Seremos los que haremos de catalizadores, los primeros que les podremos ayudar a desarrollar una nueva industria turística y a meterlos en la economía de mercado», asegura. Cuba es el mayor país del Caribe. Su entrada en el negocio turístico global, según Del Río, será por eso beneficiosa para toda la industria de los cruceros en esa región, la más importante del mundo. «Habrá una relación simbiótica con el resto de los destinos», anticipa.