El rescate de Pemex y Emilio Lozoya
Antes de unirse al equipo de transición de Enrique Peña Nieto y ser nombrado director general de Pemex en noviembre del 2012, Emilio Lozoya Austin administraba varios millones de dólares a través de su fondo JFH Lozoya Investments, era consejero de la entonces boyante constructora OHL México y de una empresa de pagos móviles con sede en Texas. Pasaba largas temporadas en Nueva York y procuraba sus aficiones: coleccionar Picassos, Dalís y relojes Patek Philippe.
Su anterior paso por el Banco de México, el BID y el Foro Económico Mundial le dieron a este economista por el ITAM y maestro por Harvard las tablas y los contactos para fundar su propio fondo y asesorar a inversionistas con intereses en México y Latinoamérica. Muy al estilo de su exprofesor de economía, Pedro Aspe, quien tras concluir su gestión como secretario de Hacienda durante el sexenio de Carlos Salinascreó un fondo de inversión que hoy administra activos multimillonarios, reestructura deuda de empresas y gobiernos y es uno de los principales agentes colocadores de acciones de firmas en los mercados bursátiles.
Su cercanía al entonces hombre de mayor confianza de Peña Nieto,Luis Videgaray –quien también fue alumno de Aspe– le dio a Lozoya una nueva oportunidad de volver a la vida pública, esta vez al frente de Pemex. La encomienda para quien sería el funcionario más joven del gabinete priista era tan ambiciosa como redituable para su currículum y sus relaciones: transformar a la mayor empresa de México en el marco de una nueva reforma energética.
“Para lograr esta modernización se requieren modificaciones en distintos niveles y ámbitos”, dijo Lozoya en su primer discurso como director general de Pemex. “Mi administración tendrá una tolerancia cero ante cualquier comportamiento fuera del marco legal, ya sea de privados o dentro de esta empresa”, agregó ante trabajadores de la petrolera, incluido su líder sindical, Carlos Romero Deschamps, históricamente ligado con la corrupción y malos manejos de los fondos del sindicado.
Dos meses después de rendir protesta, como si se tratara de un mal presagio para su gestión, Lozoya enfrentó su primera crisis: la explosión de gas ocurrida en uno de los sótanos del edificio B2 de las instalaciones principales de Pemex en la Ciudad de México, la cual dejó 37 muertos.
En el 2013, la atención estuvo puesta en el debate y aprobación de la reforma energética, cuyo punto central fue la apertura del sector petrolero y el rol de Pemex dentro del nuevo escenario.
Pero fue poco el tiempo que tuvo que esperar Lozoya para que estallara otro escándalo que involucró a funcionarios de Pemex. En febrero del 2014, Banamex acusó a la empresa Oceanografía de fraude por 400 millones de dólares, los cuales utilizó para financiar cuentas por pagar con Pemex.
A partir de entonces, las malas noticias para Pemex empezaron a ser la constante: pérdidas financieras cada vez más grandes, profundas caídas en la producción , exportación y devaluación del barril de petróleo en los mercados internacionales dibujaban un futuro cada vez más negro para la empresa.
Lozoya se vio obligado a acelerar las medidas para contener las afectaciones generadas por la depreciación del petróleo, las cuales incluyeron anuncios de recorte de personal y la negociación de un nuevo esquema de pensiones en Pemex. Sin embargo, nada ha sido medianamente suficiente para compensar las pérdidas por la caída de más de 70 por ciento en el precio del petróleo de junio del 2014 a la fecha.
El miércoles pasado, el secretario de Hacienda, Luis Videgaray, anunció que el gobierno capitalizará a Pemex para evitar que su situación financiera afecte a sus miles de proveedores. Como lo publicó ayer EL FINANCIERO, la empresa productiva del Estado tiene vencimientos de corto plazo que suman 11 mil 700 millones de dólares, una cifra similar a la que dos analistas que consulté estiman que será inyectada a la empresa este año.
La condición impuesta por el gobierno a la petrolera es que debe ser más eficiente, para poder sostenerse en el entorno de precios actuales. Esto debería implicar el recorte de más trabajadores, una nueva negociación con el sindicato para reducir sus privilegios y una mayor integración con la IP.
La tarea de ‘transformar’ a Pemex que se le encomendó a Lozoya al inicio del sexenio cambió, con urgencia, a la de ‘rescatar’ a la empresa. Aunque no lo parezca, esta puede ser la coyuntura idónea para cambiar de tajo lo que está mal en Pemex.
Y eso, por supuesto, quedará asentado en el currículum de Emilio Lozoya.