Hijos de Pemex
La infancia de Andrés Manuel López Obrador se forjó alrededor del petróleo. La riqueza de su estado, su vida y la de su pueblo lo convirtieron en un hijo del petróleo, su cultura política nace y se desarrolla en Pemex. El mundo ha evolucionado, el sentimiento petrolífero de López Obrador no. El presidente Andrés Manuel López Obrador busca que la cuarta transformación dé al final de su camino el salto cualitativo hacia el país que supuso.
El petróleo, esa maldición divina en forma de maquinaria del desarrollo, ese elemento sin el cual no se entendería la composición del mundo moderno desde que en 1905 el jefe de la flota inglesa decidiera sustituir el carbón por el petróleo como el combustible para los barcos que sostenían al imperio británico. El petróleo, el producto que ha esculpido desde Arabia Saudita hasta el Orinoco el destino de tantos pueblos incluidas las grandes potencias y los países considerados como tal tras su pronta venida al manantial del petróleo como es el caso de los noruegos o de los brasileños.
En el caso mexicano y en su historia moderna, el petróleo fue y por lo visto sigue siendo un hacedor fundamental de identidad nacional. El general Lázaro Cárdenas después de encontrarse con un Estado hecho por su antecesor Plutarco Elías Calles y viendo la situación mundial, decidió tomar ventaja de la oportunidad y apostar por un elemento que permitiría aglutinar en un nuevo nacionalismo un sentido de orgullo en el pueblo mexicano como fue la nacionalización del petróleo.
Sin los prolegómenos de la Segunda Guerra Mundial, sin Roosevelt en la Casa Blanca y sin su decisión de acabar con el imperio británico, que al final de cuentas como poseedores de la mayor parte de nuestro petróleo eran los dueños del Águila, el Tata Cárdenas nunca hubiera podido hacer lo que hizo. Pero básica, política y moralmente, la tercera transformación se dio porque a partir de un hecho político y económico como fue la nacionalización del petróleo, se creó un nuevo sentido de orgullo nacional. Con la entrega de las alianzas que hicieron posible la expropiación petrolera, el pueblo de México en su conjunto supo que estaba comprando la titularidad y el dominio de lo que es a fin de cuentas el tesoro nacional de la época, el petróleo. Siguiendo el ejemplo de la tercera transformación y lo hecho por el presidente Lázaro Cárdenas –a quién tanto admira– Andrés Manuel López Obrador, en la guerra contra los huachicoles, ha encontrado el elemento aglutinante de la nueva identidad nacional.
Es verdad que en la época de Cárdenas la economía mundial, el peso de los fondos, los inversores y los grandes bancos se encontraban en una situación completamente diferente a la actual. También es cierto que como pasó en la época del general Cárdenas, actualmente el mundo asiste a una crisis de tal magnitud que le permite a López Obrador tratar de definir y construir un modelo de nueva identidad, basado en el sentimiento de orgullo mexicano hacia algo muy definido como sería la posesión de una nueva riqueza. En este caso esa riqueza no sólo es el petróleo, sino que es la capacidad de tener una actuación moral diferente para acabar con el cáncer de la corrupción.
López Obrador tiene una oportunidad histórica, que es hacer bien las cosas y sobre todo no dilapidar lo que hasta el momento representa su principal capital político, humano e histórico, la ilusión de su pueblo. La reacción de las encuestas y del pueblo mexicano frente a las molestias creadas a causa de tener que estar esperando horas para poder cargar el tanque, dan claramente la idea y la dimensión de dónde estamos parados en el sentido de que a López Obrador le creen y que una parte importante del pueblo de México está dispuesta, si en realidad va en serio con terminar la corrupción, a sufrir incomodidades personales a cambio de que se acabe con esa lacra. Eso obliga mucho a López Obrador y a su particular sistema de gobernar sin intermediarios.
Todo está centrado en sus comparecencias matinales y en sus explicaciones. Todo es directamente con él. Cuando una ley o una situación se le interpone o le molesta, hace uso de las consultas populares y de las mayorías parlamentarias que tiene. Por eso, esa capacidad de ilusión política, esa capacidad de empujar al país en otra dirección exige que el sexenio se vea acompañado por un buen gobierno. Nada explica y no quiero entrar en debates que merecen por sí mismo un tratamiento separado esta tendencia que estamos viendo de que todo se subsuma en la figura del presidente, en sus explicaciones para disfrazar las incompetencias y en las insuficiencias de gran parte de los miembros elegidos en el terreno energético.
Hay que ser leales, pero sobre todo esa lealtad hay que pedírsela a los que forman parte del gabinete y a los que han sido elegidos por López Obrador para acompañarle en su viaje hacia la cuarta transformación. Estamos ante una situación inédita, todo está por hacerse y es fundamental que se haga bien, por eso al final del día, aunque siempre es más fácil destruir que construir, entiendo y admiro los intentos de hacer justicia sin crear terror aunque todo eso empieza dentro de casa. Todo eso empieza por exigir e imponer –de igual manera que lo hace consigo mismo– niveles de eficiencia más allá de la exposición matinal de los miembros de su gabinete a una hora inhumana como las siete de la mañana para ver como él explica lo que muchas veces es inexplicable y sobre todo, cómo defiende la ineficiencia de sus actuaciones.
Para acompañar la cuarta transformación, pero sobre todo para no cometer un delito de alta traición en esta situación tan especial por la que atraviesa el país es necesario que cada uno hagamos lo nuestro. A la oposición le está encargado el reaparecer –no existe–, y al gobierno le está encomendado y encargado que esté la altura de la responsabilidad que significa hacer la cuarta transformación.
La tragedia de Hidalgo es un punto y aparte en esta lucha.
Evidencia además lo difícil que va a ser implementar los nuevos paradigmas de la seguridad de la 4T con la realidad.
Casi todo está por hacerse. Ductos viejos y destruidos por el robo sistémico de tantos años.
Gente acostumbrada a ir a robar combustible como si fuera a pescar. Por necesidad, los normales. Por mafias organizadas, los que viven de esa industria criminal, que como se vio es muy peligrosa.
Pero mientras esto cambia habrá que procurar no convertirnos en un país de bombas incendiarias rodantes por el incremento del tráfico de las llamadas ‘pipas’ ni volver a permitir hechos como el del sábado.
Saber proteger a los pueblos de sí mismos también está en la quincena de los que mandan.