Cuando quise comprar un barril de crudo…

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«No compres un barril de petróleo», me dijo el bróker. «Te matará.» El encuentro fortuito entre una compradora de crudo y su agente en un bar neoyorquino no iba por el camino esperado. Tras revelarle mi plan de comprar un barril de crudo, recibí un sermón sobre los peligros del sulfuro de hidrógeno.

El petróleo puede ser el rey de los commodities, pero para un inversor minorista es casi imposible obtenerlo en forma física. Los pequeños inversionistas pueden comprar oro y plata, recolectar latas de aluminio, cultivar soja y pelar cables de cobre si así lo desean, pero el petróleo es inconseguible, y por muy buenas razones. El petróleo, pronto iba a descubrir, es prácticamente inútil sin refinar. También es altamente tóxico, muy difícil de almacenar y huele mal. Es un huésped incómodo, exige vigilancia y mantenimiento constantes. En cantidades suficientes, trata de matarte o al menos perjudicar tu salud.

Desde fines de 2008 se me metió en la cabeza la idea de adquirir crudo en físico, cuando la crisis financiera propició una situación de “contango” en el mercado del crudo, esto es, el precio del petróleo para entrega futura era muy superior al precio de entrega inmediata. Por lo que aquellos con capacidad para transportar y almacenar petróleo crudo podían ganar un buen dinero simplemente comprándolo barato, guardándolo y vendiéndolo en una fecha posterior a precios más altos. Y muchos así lo hicieron, jugaron a “esperar” en las costas inglesas hasta que los precios subieran, una historia que el Daily Mail tituló en 2009 “Tiburones de la costa británica: barcos petroleros se niegan a descargar hasta que los precios aumenten, elevando el costo del combustible.”

Yo quería ser uno de esos tiburones, un plan que fragüé con otros colegas y que se vio frustrado por nuestra incapacidad para organizarnos y porque la recuperación del precio del crudo truncó nuestra intención de lanzarnos al periodismo gonzo.

Fue hasta octubre de 2015 cuando resucité el plan de adquirir un barril de crudo, en un encuentro casual en un bar neoyorquino con una audiencia, como ya dije, poco receptiva. Mientras que en 2008 el West Texas Intermediate cotizaba en 145 dólares por barril en su punto máximo, en estos días ronda los 47 dólares tras una reevaluación de la demanda y la oferta mundial.

Yo trataba de justificar mi experimento, ya sé que no estamos ante un súper contango como el de 2008, pero la curva de futuros de petróleo aún es ascendente. Los beneficios, aunque escasos, siguen estando allí para el que quiera tomarlos. El bróker insistió, “No compres un barril de petróleo, te matará”.

¿Puede realmente matarme un barril de crudo?

Le pregunté a un ingeniero petroquímico en la siguiente oportunidad que se me presentó. Absolutamente, respondió. El sulfuro de hidrógeno (un gas conocido como H2S) tiene una terrible tendencia a evaporarse del crudo, noquear tus facultades olfativas y asfixiarte lentamente hasta la muerte.

Una búsqueda en el iPhone me arrojó esta joyita (un PDF de una agencia estatal de seguridad): «Si usted inhala vapores de alcohol etílico en una concentración de 1,000 ppm (0.1 por ciento en volumen) durante ocho horas, es posible que se emborrache. Si usted inhala sulfuro de hidrógeno en una concentración de 1,000 ppm (0.1 por ciento en volumen) por sólo unos segundos, morirá».

En ese momento reconocí mi derrota. Resulta que para almacenar petróleo necesitas muy buena ventilación y una sólida póliza de seguro, y yo no tenía ninguna en mi minúsculo departamento de 37 metros cuadrados en Nueva York. Aunque las oficinas centrales de Bloomberg LP eran más adecuadas para el caso, sabía que no podría pasar un barril azul con líquido altamente tóxico por los estrictos controles de seguridad del edificio.

Pero no todo estaba perdido. Si un barril de crudo me mataría, una pequeña cantidad sin duda me haría más fuerte, sugerí neciamente al agente. Creo que fue en este punto cuando el pobre bróker se dio por vencido. Contactó a una empresa de inspección de petróleo y me consiguió una botella de crudo de tamaño respetable que llegaría a Manhattan a través de FedEx. Viajaría por tren desde el yacimiento Bakken en Dakota del Norte hacia la refinería de Filadelfia en la costa este. Según mis cálculos, este frasco de crudo tiene un valor aproximado de 24 centavos de dólar en el mercado ‘spot’ (de entrega inmediata). En marzo, tendrá un valor de 31 centavos, según los precios de futuros. Mis costos de almacenamiento son cero y mis costos de financiamiento son bajos, así que espero embolsarme una ganancia de 7 centavos de dólar. Mi jefe insiste en que tengo que añadir el costo de la productividad perdida por los minutos que pasé al teléfono con FedEx en un intento por rastrear el paquete mientras zigzagueaba a través de Manhattan.

Y aún me faltaba un comprador.

El comercio del petróleo almacenado funciona idealmente como sigue: Compras el crudo y de inmediato acuerdas entregarlo en una fecha posterior, asegurándote de este modo la diferencia entre el precio spot y el precio de los futuros para lo que es, en teoría, una ganancia libre de riesgo. En 2008, cuando el precio futuro del petróleo superaba sustancialmente al precio spot, este tipo de operación reportaba un retorno considerable.

Por tanto, una auténtica negociación bajo la estrategia de “contango” requiere un comprador temprano. Los habituales candidatos (gente como Glencore y Trafigura) no estarían interesados en mi botella de petróleo, así que busqué más lejos, hasta llegar a mis excolegas, quizás todavía albergaban esos sueños de poseer oro negro.

Izabella Kaminska, escritora para FT Alphaville y experta en materias primas, expresó su interés en el contrato, e inmediatamente se embarcó en un proceso de investigación que me haría arrepentirme de toda esta aventura.

Insatisfecha con las fotos del producto, reclutó los servicios de un consultor profesional del sector. El consultor pidió el análisis de un inspector y un certificado que acreditara el origen de mi crudo. Todo lo que yo tenía era una factura de FedEx, aunque les aseguré que no se me ocurriría venderles nada que no fuera de primera calidad.

«Todo eso está muy bien hasta que te enteras que no es petróleo de Bakken sino kurdo, que está bajo embargo. Te felicito por apoyar a ISIS,” replicó el consultor por email. Para colmo, me informó que la botella de vidrio valía más que el crudo dentro de ella.

Muchos correos después, cerramos el acuerdo. La botella sería entregada en marzo en las oficinas del Financial Times y la entregaré personalmente, así me ahorro el envío y no consumo mis ya magras ganancias (de haber negociado un barril entero, me habría embolsado una ganancia de 2.25 dólares). Pero no soy ambiciosa, estoy contenta con mi botellita de petróleo. La guardo en la oscuridad, lejos de las llamas. La muevo de vez en cuando para evitar que el contenido se asiente.

Mis colegas en Brooklyn se burlan, dicen que estoy a unos pasos de comenzar una refinería artesanal de petróleo y vender gasolina hecha en casa. Mis contactos en Wall Street me dicen con ironía que la nueva presencia de «dinero tonto» en el mercado del petróleo físico debe significar que el desplome de los precios se pondrá peor. El bróker seguramente está feliz de haber perdido este cliente.

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